NOVENA AL ESPÍRITU SANTO



NOVENA AL ESPÍRITU SANTO

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ROSARIO AL ESPÍRITU SANTO

CONOCE AL ESPÍRITU SANTO
En el Espíritu Santo nos encontramos con el misterio más profundo de la vida trinitaria, de la misma forma que nos topamos con lo secreto del hombre cuando conocemos su espíritu y su alma.  

No tiene nada de extraño que se haya calificado al Espíritu Santo tantas veces como el Gran Desconocido. El Espíritu Santo se encuentra presente constantemente en el Nuevo Testamento.

  La enseñanza cristiana sobre Dios es a la vez cristocéntrica y trinitaria: es en el misterio de Cristo como se nos ha revelado el Padre en cuanto Padre, y es también Cristo quien nos revela al Espíritu Santo; al mismo tiempo es el Espíritu Santo el que nos da a conocer el misterio de Cristo y el misterio de Dios.

El Espíritu de Yahvé en el Antiguo Testamento En Gen 1,2 se menciona el espíritu de Yahvé —el ruah Yahwéh— como fuerza creadora y suscitadora de vida.

Dios actúa por su espíritu tanto en la vida física como en la religiosa. El significado primero de espíritu es el de viento.

Se le considera una fuerza que se atribuye al Creador y Conservador de la vida.

De aquí se pasa a la consideración del espíritu de Yahvé como algo personal de Dios, algo de sí mismo que Dios da como don a los hombres, uniéndolos especialmente consigo.

El espíritu de Yahvé es el que santifica a los hombres, el que les da sabiduría y conocimiento.

Algunos reciben el ruah Yahwéh como una especie de espíritu permanente (José, Moisés, Josué, David; el Mesías estará lleno de ese espíritu).  Según las profecías, el Mesías es portador del Espíritu en toda plenitud.

El Espíritu Santo, enviado por el Padre y el Hijo es en la revelación de esta misión donde se reflejan quizás con más precisión las características personales del Espíritu Santo. 

Es enviado a los Apóstoles y a la Iglesia tanto por el Padre en nombre del Hijo, como por el Hijo en persona, una vez que vuelve junto al Padre.

El envío de la Persona del Espíritu tras la glorificación de Jesús revela en plenitud el misterio de la Santa Trinidad.

El envío se atribuye al Padre: El Paráclito, el Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre, Él os enseñará todas las cosas (Jn 14,26).

Y al Hijo: Cuando viniere el Paráclito, que yo les enviaré desde el Padre, el Espíritu de Verdad que procede del Padre, Él dará testimonio de mi (Jn 15,26-27).

Les conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Paráclito no vendrá a ustedes; mas si me fuere lo enviaré.  Y cuando Él viniere... (Jn 16,7-8).  Es el Hijo el que envía al Espíritu, que aparece aquí descrito con todos los rasgos propios de una persona.  A pesar de que pneuma es neutro, se habla de Él en masculino.

El envío del Espíritu por parte del Padre y por parte del Hijo apunta a la verdad de que el Espíritu no procede solo el Padre, sino del Padre y del Hijo.

La misión conjunta del Hijo y del Espíritu: La salvación de los hombres tiene lugar por la incorporación a Cristo por medio del Espíritu.  Cuando el Padre envía su Verbo, envía también su aliento: misión conjunta en la que el Hijo y el Espíritu Santo son distintos pero inseparables.  Cristo es quien se manifiesta, Imagen visible de Dios invisible, pero es el Espíritu Santo quien lo revela.  

Jesús es Cristo, ungido, porque el Espíritu es su Unción.  Cuando por fin Cristo es glorificado, puede, a su vez, de junto al Padre, enviar el Espíritu a los que creen en Él: Él les comunica su gloria.  La misión conjunta se desplegará desde entonces en los hijos adoptados por el Padre en el Cuerpo de su Hijo.

La suprema y completa autorrevelación de Dios, que se ha realizado en Cristo, atestiguada por la predicación de los Apóstoles, sigue manifestándose en la Iglesia mediante la misión del Paráclito invisible, el Espíritu de la verdad.  Jesús continúa presente en la Iglesia precisamente por medio del Espíritu.

En la Sagrada Escritura, al Espíritu Santo se le designa como: Espíritu del Padre o que procede del Padre (Mt 10,20; Jn 15,26-27); Espíritu del Hijo (Gal 4,6); Espíritu de Cristo (Rom 8,11); Espíritu del Señor (2 Cor 3,17); Espíritu de Dios (Rom 8,9.14; 15,19; 1 Cor 6,11; 7,40); Espíritu Santo (su nombre propio).

El Espíritu de Dios como fuerza carismática:
Los Evangelios describen la vida de Jesús como la de aquel que se mueve a impulsos del Espíritu de Dios:

Jesús bautizará en el Espíritu de Dios (Mt 3,11); la concepción virginal de Jesús es obra del Espíritu Santo (Lc 1,35).

En estos textos se tiene como trasfondo teológico cuanto se dice en el Antiguo Testamento en torno a la acción creadora y vivificadora del Espíritu de Dios.

Jesús nacerá como obra maestra de la intervención carismática de Dios.  En el bautismo el Espíritu se manifiesta descendiendo sobre Jesús, tomando posesión de Él para su manifestación mesiánica.

Jesús se nos muestra como aquel que es siempre conducido por el Espíritu de Dios (Lc 4,1; Mt 1,12; 4,1). Jesús se aplica a sí mismo la presencia del Espíritu al aplicarse el texto de Is 61,1-2: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres... (Lc 4,18-30).

La predicación de Jesús recibe su fuerza de la unción del Espírit:.
Jesús dice que actúa con el poder del Espíritu (Mt 12,28).
La resurrección de Jesús es obra del Padre por medio del Espíritu Santo (Rom 8,11).
La santificación operada por el Espíritu.

Ya durante la vida terrena del Señor, los personajes más conectados a su misión mesiánica reciben el Espíritu de forma especial.  Por ejemplo:
el Bautista (Lc 1,15); Zacarías (Lc 1,67); Simeón (Lc 2,25); Isabel (Lc 1,41); Santa María (Lc 1,46-54).

Al abandonar este mundo, Jesús envía su Espíritu sobre los Apóstoles, que ahora han de continuar su obra (Jn 20,22).  El poder del Espíritu Santo se manifiesta frecuentemente en la actuación apostólica (por ejemplo, Act 11,15-16).  Podríamos definir la historia de la primitiva Iglesia como la epopeya del Espíritu Santo, ya que la manifestación carismática acompaña al nacimiento de las Iglesias locales.

Los cristianos son llamados templos del Espíritu Santo (1 Cor 3,16-17).  Los bautizados son regenerados por la renovación del Espíritu Santo que abundantemente derramó sobre nosotros Jesucristo (Tit 3-4).

Personalidad del Espíritu Santo
El Espíritu aparece como fuerza santificadora de María (Lc 1,35).
Aparece inaugurando el ministerio público de Jesús en el bautismo (Mc 1,9-11).
Le acompaña constantemente durante este ministerio hasta el punto de que contradecir a la obra de Cristo sea blasfemar contra el Espíritu (Lc 12,10).

Es descrito en Hechos como Aquel que santifica a la Iglesia y a los fieles (p.e., Act 1,8; 2,14).
Se encuentra una fuerte insinuación de la personalidad del Espíritu Santo en aquellos pasajes en que se habla de las acciones del Espíritu: se dice que mora en los discípulos (Jn 14,17); que estará con ellos (Jn 14,17); que viene (Jn 16,7-13); que recibe lo que es de Jesús (Jn 16,14); que procede del Padre (Jn 15,26); que oye (Jn 16,13); que enseña (Jn 14,26); que hace conocer (Jn 16,13); que revela (Jn 16,13); que glorifica a Jesús (Jn 16,14); que guía hasta la verdad plena (Jn 16,13); que da testimonio (Jn 15,26); que convence de pecado (Jn 16,8); que es dado (Jn 14,16); que es enviado (Jn 14,26; 15,26; 16,7); que intercede por nosotros ante Dios (Rom 8,26); que da testimonio a nuestro espíritu (Rom 8,16); que distribuye los carismas como le place (1 Cor 12,11); que habla en los escritos del AT (Heb 3,7; 1 Pe 1,11; 2 Pe 1,21); entre otros.


Se trata de un lenguaje y de unas expresiones fuertemente personalizantes que, junto con la profesión de fe trinitaria que se realiza en el Bautismo (Mt 28,19), fue llevando a la Iglesia durante los primeros siglos a una compresión cada vez más nítida de la personalidad del Espíritu Santo.

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